Una noche con cielo despejado y estrellas, Guillermo entró en la pequeña casa en la que vivíamos con mis hermanos y habló brevemente con mi madre que preparaba algo en la cocina. Luego se acercó a la mesa sobre la que yo terminaba de dar forma a una rosa en plastilina y al cabo de un instante se originó una conversación poética, que simbólicamente podría representar el momento en el que el Maestro evidencia con alguna metáfora, su capacidad particular para ver y sentir el mundo que habita.
Mi pequeña obra era una representación rigurosa de una rosa roja con tallo verde, propia de las ilustraciones televisivas de los cuentos de los hermanos Grimm que yo había visto en mi niñez. Guillermo tomó una enciclopedia de la biblioteca que estaba a mi lado y buscó el nombre de Kandinsky.
Allí encontró una pequeña ilustración de una pintura abstracta con la que me hizo comprender la vida propia que tienen los colores y las formas.